No hay sostén que pueda atar
el delirio febril.
Con los ojos pesados,
así, desahuciados,
que apenas saben respirar.
¿Cúanto separan mil kilómetros?
Nada. Todo. Algo.
Separan lo que el alma deje
librado al azar
en las manos de otros.
A todos nos llega nuestro
Mark David Chapman.
A la sien o -morbo mediante-
al blanco en la frente.
Rara vez elegimos.
Dame en plata metal
la bala como la quieras,
fría calidez de expiar.
Total, la conciencia pesa
más que el plomo
y pesa más que la historia,
que la muerte, la vida o
cualquier moneda cayendo.
De secretos se llena el camino
a nuestro infierno privado